Introducción

El nuevo nacimiento en Cristo representa un proceso transformador fundamental en la vida del creyente. Este
acontecimiento no solo se asocia con una experiencia de salvación, restauración y sanidad espiritual, sino que
también establece una conexión profunda con el propósito inherente a la vida cristiana: dar gloria a Dios
mediante el servicio. En ese contexto, el servicio a Dios constituye uno de los pilares fundamentales en la vida
del Reino. Su cultura se fundamenta sobre la devoción, la entrega y el compromiso de cada persona hacia una
causa mayor que trasciende lo personal.

Lo anterior es muy contrario al pensamiento imperante en nuestra cultura, el cual se construye en una
cosmovisión secularizada que pone un fuerte énfasis en entronizar al ser humano lo cual ha generado una
cultura egocentrista. Este pensamiento imperante se manifiesta en diversas áreas, desde la educación hasta la
política, donde la realización personal se considera meta final. La búsqueda del éxito y la satisfacción individual,
en muchos casos, eclipsa los valores como lo son la solidaridad, la colaboración y el servicio.

En el evangelio de Marcos 10:35-45 nos describen una peculiar situación que simboliza esta búsqueda del ser
humano de los espacios de reconocimiento y poder. En el relato Jacobo y Juan, los hijos de Zebedeo, piden a
Jesús ocupar lugares de honor en su reino. En este se destaca la ambición de los discípulos y la respuesta de Jesús
acerca de la grandeza en el reino de Dios, enfatizando que “el que quiera hacerse grande entre ustedes será su
servidor”, pues en ese sentido su reino es uno de servicio.